La onicofagia o el hecho de morderse las uñas, (Del griego öνυξ, —υχος, uña, y —fagia) es una manía común, y tan difícil de erradicar que, en muchos casos, se mantiene de adulto. Aunque según los psicólogos, la mayoría de los niños que presentan este hábito suelen dejar de morderse las uñas con el tiempo,
hacia el final de la adolescencia hay alrededor de un 25% que aún sigue
haciéndolo. Cuando la onicofagia perdura en la edad adulta
(aproximadamente en el 10% de los casos) la persona suele recurrir a
esta conducta cuando está nerviosa o aburrida, y el hábito se recrudece
en periodos de estrés.
¿A qué obedece esta conducta
repetitiva, y enfocada siempre al propio cuerpo? Su origen podría estar,
según explica la terapeuta Rosario Linares, directora de El Prado Psicólogos, «en una extinción inadecuada del hábito de chuparse el dedo, pero hay que estar atentos, pues también puede indicar la existencia de un conflicto emocional subyacente».
De hecho, matiza esta experta, «en ocasiones esta conducta está
asociada al trastorno obsesivo-compulsivo o al trastorno dismórfico
corporal». Además, tal y como aparece en «Tu hijo», la archifamosa y una
decena de veces reeditada guía de crianza del doctor norteamericano
Benjamin Spocken, ««es normal que en las familias haya más de un caso».
¿Se puede curar?
Que un niño deje de morderse las uñas no es tarea fácil,
reconoce Linares, «pero tampoco imposible». A su juicio, «un tratamiento
psicológico adecuado dota a la persona de las herramientas necesarias
para resistir el impulso de morderse las uñas, y en la mayoría de los
casos la persona logra solucionar el problema de forma permanente». Por
contra, añade, «si no se realiza un tratamiento para ello, en este 10%
de personas lo habitual es que recurran a él en mayor o menor medida a
lo largo de su vida».
Por otro lado, un buen planteamiento
para comenzar a tratar a un niño en el seno de la familia sería
averiguar, según la teoría de Spock, cuáles son las presiones a las que
está sometido el pequeño e intentar aliviarlas. «Porque lo importante
—insisten— es entender que lo importante es buscar la causa de la
angustia del niño, no el que se muerda las uñas en sí». Preguntémonos:
¿Se le está apremiando, corrigiendo, amonestando o regañando en exceso?
¿Existen demasiadas expectativas sobre su trabajo en el colegio?
«Preguntar al profesor acerca de la adaptación de su hijo al colegio, o
intentar averiguar qué situaciones le ponen nervioso», son algunas de
las pautas sugeridas.
Otras posibles actuaciones a realizar, según explican los psicólogos infantiles Rocío Ramos-Paul y Luis Torres en su manual Niños: Instrucciones de uso, serían las siguientes:
—Explicarle al niño las ventajas
de tener las uñas bien cuidadas: «No salen padrastros que luego duelen,
ni se deforman los dedos, tus manos tienen una apariencia cuidada y
aseada, etc.».
—Proporcionarle información de los riesgos
que acarrea esta manía: «Las uñas son algo que está expuesto todo el
día a la suciedad de lo que tocamos, y morderla puede producir
infecciones».
—Buscar la motivación del niño
porque, si él no quiere hacerlo, será difícil que lo consigamos. Está
comprobado que el índice de éxito en la disminución o desaparición de
esta manía depende en un alto porcentaje de que el niño quiera
abandonarla. Esta teoría se repite en la obra de Spock, donde se dice
que los niños en edad escolar suelen querer dejar el hábito cuando
perciben la desaprobación de sus iguales, y que se puede reforzar esta
motivación positiva haciendo sugerencias, pero «es mejor que deje a su
hijo al mando de la "campaña" contra las uñas mordidas».
—Pedirle que se deje crecer la uña. Una vez conseguido y después de premiar su esfuerzo, intentarlo con dos y así sucesivamente hasta llegar a las diez.
—Indentificar con él los momentos
en que tiende a morderse las uñas y proporcionarle un método para
mantenerlas a salvo, por ejemplo, poner tiritas en las uñas, untarlas
con alguna sustancia... etc. Aunque según matiza la guía Tu hijo, «la
aplicación de líquidos como el acíbar en las uñas puede funcionar, pero
solo si es el niño quien lo pide para acordarse de que no tiene que
mordérselas. Si se le pone en contra de su voluntad, el niño pensará que
está siendo castigado, lo cual solo será otro motivo de tensión para él
y, en tal caso, es posible que el hábito se prolongue».
—En ningún caso utilizar el acoso o castigo,
insiste Spock. «Esto no suele disuadir de comerse las uñas a quienes lo
hacen más de medio minuto, puesto que rara vez son conscientes de que
lo están haciendo. A la larga —prosigue este autor—, tal vez incremeten
la tensión y los animen a creer que el que ellos se muerdan las uñas es
un problema de sus padres, no suyo».
Fuente: abc.es
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